La tortura de ir al mecánico.

La tortura de ir al mecánico

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Hazel Feigenblatt
La Nación, 29 de Octubre, 2008

Se que, para muchos, los carros son motivo de orgullo, símbolo de estatus y hasta fuente de autoestima. Para mi son un medio de transporte consistente en una lata, cuatro llantas y un rejuntado de tuercas aceitosas, con lector de CD.

Por ello, no es ninguna sorpresa que mi primer carro fuera mas o menos un reflejo de esto ultimo: un Hyundai algo viejito, que su dueño anterior cuidaba como a su vida, razón por la que se lo compre.

No era un objeto que me enorgulleciera particularmente, no me daba estatus- digamos que yo era el centro de las bromas de mis amigos relacionadas con la preferencia de los antisociales por ciertas marcas-, y comprenderán que así no me subía la autoestima.

Pero para mis efectos- transportarme-, era buenísimo y me encantaba. Todo el primer ano no le cambie el aceite porque no sabia muy bien que era eso ni como se hacia, y aun así no me dio un solo problema. Sin embargo, el segundo ano, justo después de que lo lleve para arreglarle un golpe, a veces costaba que encendiera.

Lo primero que se me ocurrió fue: “que raro, porque estaba bien antes de ir a ese taller. ¿Le habrán cambiado una pieza?”. Tal vez fue casualidad, tal vez no. Como consumidora, ¿Qué podía hacer? No tenia todas las piezas marcadas como par ponerme a revisar una por una.

Eventualmente fui a un mecánico que me cobro el equivalente a la tercera parte del valor del carro por arreglar el arrancador, cambiarle varias partes y afinarle algo, pero el mismo día en que me lo dio vi. que seguía el problema. “Si, es que esa no es mi especialidad”, me dijo.

Buena hora para venir a decírmelo. Autorice hacer los demás ajustes pues, según el, el principal ya estaba solucionado. ¿Y que podía hacer yo como cliente? No tenía grabada la conversación en la que manifestó que el problema del arrancador ya estaba resuelto. Tras discutir 15 minutos, me ofreció enviarlo “sin costo” a un conocido suyo que si era especialista.

El diagnostico fue que era la batería y fui a una venta de baterías a cambiarla, pero me dijeron que ese no era el problema y que podía ser algo eléctrico. Fui a un taller eléctrico que – admito – no se veía muy respetable pero, bueno, el taller anterior si lo parecía y no sirvió de nada. Ahí se cambio otra pieza.

“Aquí le pongo la pieza vieja”, me manifestó, como si a mi eso me dijera algo. Me podía estar enseñando un repuesto de televisor que … ¿Cómo iba a saberlo yo? De lo que si me di cuenta fue de que la cambio “para ver” si se arreglaba el problema, y no, no se arreglo.

Uno se preguntaría para que hace el cambio si no sabe si va a servir. “Es que también tiene un problema eléctrico…” ¿De que forma podía yo como consumidora saber si era cierto? Además, le deje el carro para que arreglara un problema concreto, no para que buscara nuevos. Me termino cobrando “solo la pieza” y nada por la mono de obra, y me recomendó ir adonde no se que otro especialista, pero hasta ahí llegamos el Hyundai y yo.

Algunos amigos me decían que es cuestión de encontrar un mecánico de “confianza” y que algunos problemas son asunto de “prueba y, sobre todo, cada error, tienen un costo. Si ese es el sistema, ¡esta loco todo el mundo! también me decían que, con estas experiencias, uno va aprendiendo de mecánica y así es mas difícil que lo “vacilen”, pero la verdad es que, aunque por lo general trato de ser una consumidora responsable, yo no quiero saber nada de tuercas aceitosas. ¿Por qué me parece complicado? No, porque me parece aburridísimo. Lo mas lógico seria que cobren solo si arreglan el problema, que uno pudiera llar a un perito en caso de duda, que rutinariamente quede constancia de la comunicación entre mecánico y cliente, que los mecánicos tengan especialidades certificadas… Algo mas que “confianza” o “prueba y error”.

Luego de esa experiencia me compre un carro nuevo – cuyo principal atractivo para mi es no tener que lidiar con mecánicos por mucho tiempo – y vendí el Hyundai. El primer interesado que llego a verlo lo compro. Era un revendedor de carros, a quien le advertí del problema esperando que me pidiera una rebaja como del 50%, pero me dijo: “Ah no, los carros de ese año vienen con el problema de que se les sueltan unos cablecitos, pero no es nada. Yo se lo compro!”

 

 

 

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